«La historia está escrita por los vencedores.» Esta mantra común la repiten incesantemente muchos filósofos postmodernos — algunos de los cuales son historiadores que creen que es raro encontrar relatos históricos que sean verdaderamente exactos. Nos dicen que los «vencedores» controlaban el flujo de información y publicaban cualquier relato que los favoreciera — en otras palabras, mera propaganda. Por ejemplo, parece que muchos antiguos faraones egipcios normalmente ordenaban que los monumentos jeroglíficos a su memoria destacaran grandes «victorias,» las cuales en realidad fueron derrotas humillantes.
La historia también puede evaluarse examinando el carácter y la consistencia de los testigos. Tal es el caso para la fe en la veracidad de la Biblia. Aunque aquí se da un caso en que son los «vencidos» los que cuentan la historia. Sin importar las fuerzas abrumadoras que se desplegaron contra los primeros seguidores de Jesús, quienes fueron torturados de manera despiadada por los vencedores, la verdad de la resurrección de Jesús y del amor del Padre fueron fuerzas incontenibles.
Uno de aquellos antiguos y perseguidos «vencidos» fue el apóstol Juan, un discípulo más cercanos a Jesús. Qioen escribio:
“Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. 4 Les escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa.”
Dos mil años y millones de creyentes después, el hecho histórico de la victoria de Jesús sobre la muerte se ratifica como ningún otro.